Desde los lejos se veía la puerta esperanza de aquel gran edificio. Bajando unas escaleritas de caracol, estaban esperando impacientes el mayor número de caras de ilusión y nerviosismo que he visto en mi vida. Unos ensayaban lo predispuesto, otros llamaban por teléfono a familiares que al parecer les calmaban con consejos inútiles; yo mientras miraba desde una esquina, apoyada en una cómoda antigua. Apontocada allí al azar, como una hormiga más, quizás la más vaga del hormiguero porque solo miraba y contaba el número de ojos, pies y manos que había en aquella pequeña sala. Dos minutos seguidos de cuatro más, una hora, dos, tiempo de nada, desnuda conmigo misma frente a los demás, bajita, insaciable, indefensa.


¡Ya nos toca! nuestro grupo entra cada uno con su ficha en la mano, y aparece aquel barbudo que con aires femeninos que discrimina a uno por uno, los revisa, les sonríe falsamente y les ayuda a pasar por su aro.Cuanto dinero da la tele, o la radio o lo que sea, ¿cuánto dinero tiene que ser para que las personas traten de esa manera a los demás? mal si no vendes, bien si estás dispuesto y gustas. Con tanto pensar he decidido no entrar. Morbo y morro de todos aquellos a los que se les sube la fama a la cabeza, y nos dejan en el olvido para pertenecer a la élite, en el fondo se dejan a ellos mismos, que fueron y ya no son ellos, sino lo que los demás quieren que sean. Gracias a todos aquellos amigos y compañeros que no se olvidan de que «fueron y son». Suerte a todos aquellos que fueron amigos y compañeros que se olvidaron de los demás. Mucha suerte para que la gente no se olvide de vosotros.
